Pasado y presente conviven en el nuevo Tropezón. Frente a la elegante barra de 18 metros de largo, una tropa de camareros sub-20 desfila por el mismo piso de cerámicos calcáreos sobre el que figuras ilustres de la sociedad porteña han dejado marcadas sus huellas.
Su look impoluto (camisa dentro del pantalón y moño ajustado al cuello) evoca un pasado nostálgico y distante. Sin embargo, los beats de un tango electrónico le dan la bienvenida a los primeros comensales matutinos. Tras 34 años de ausencia, el Tropezón está de regreso.
Corría el año 1896 cuando un par de inmigrantes españoles fundaron el primer Tropezón, un pequeño almacén ubicado en la intersección de la Avenida Callao y Bartolomé Mitre. Hacia 1901, ya convertido en restaurante, el negocio se trasladó a la planta baja del Hotel Callao (en Cangallo 1819), donde funcionó hasta el año 1925, cuando un derrumbe inusitado sentenció su clausura. Finalmente, en 1926, sus puertas volvieron a abrir sobre Callao 248, donde el restaurante vivió su época de oro hasta 1983.
Por aquellos años, el Tropezón se convirtió en el punto de encuentro de un abanico de intelectuales, políticos, actores y músicos quienes acudían a degustar su emblemático puchero. Este mismo quedaría inmortalizado en el tango de Roberto Medina, cuya letra decía: “Cabaret. Tropezón. Era la eterna rutina. Pucherito de gallina, con viejo vino Carlón”.
Durante sus trasnochadas tertulias (¡el local abría las 24 horas!) no era extraño toparse con figuras de la talla de Carlos Gardel, Anibal Troilo, Federico García Lorca, Lola Membrives, Armando y Enrique Discépolo, Alfredo Palacios, Hipólito Yrigoyen, Ricardo Balbín, entre muchísimos otros.
Hoy, luego de más de un siglo desde su primera inauguración, el Tropezón busca revivir la esencia original de aquella época “con toda la seriedad y el respeto que la historia merece”, tal como reza el cartel que se lee en la puerta de entrada.
El legado transgeneracional de este icono de la cultura y la gastronomía porteña, cayó de una manera impensada sobre los hombros de Raquel Rodrigo, el alma máter del renovado Tropezón. Apasionada por el tango, Raquel jamás imaginó que una casualidad del destino la iba a poner al mando del restaurante donde Carlos Gardel solía concurrir a comer su plato predilecto.“
“En realidad, nuestra familia se dedica a otra actividad comercial que son los garajes y por eso queríamos comprar el estacionamiento que está aquí al lado. Recién cuando vinimos a ver la propiedad nos informaron que se vendía junto con este local”, cuenta Raquel.
Luego de adquirir el garaje, a medida que las obras avanzaban, Raquel descubrió que en la fachada del local vecino había una mayólica que recordaba que allí había funcionado el histórico Tropezón. “En ese momento, para mis adentros, me propuse trabajar para reabrirlo”, recuerda.
"Nuestro mayor desafío es mantener la memoria del tango"
Después de varias idas y vueltas, Ezequiel -uno de sus hijos-, decidió sorprenderla comprando los derechos del nombre de la marca. Cuando Raquel se enteró de ello, ya no hubo vuelta atrás. “En resumidas cuentas, fue todo una gran casualidad”, sostiene.
A partir de allí, mientras se sumergía de lleno en la historia del Tropezón, Raquel se inscribió en un curso de administración gastronómica para adquirir los conocimientos de un rubro que hasta ese momento le resultaba ajeno.
“Ahora nuestro mayor desafío es mantener la memoria del tango. No hacer cosas modernas que puedan parecer chabacanas. Todo lo que pusimos acá es de primer nivel, hasta el más mínimo detalle. A la gente se le llenan los ojos de lágrimas al ver que se revivió eso”, reconoce.
“Hacía 40 años que no comía un puchero con caracú”, recuerda Raquel entre risas. En el Tropezón, todos los miércoles por la noche y los domingos al mediodía se podrá volver a degustar este clásico en formato “buffet”. Se recomienda reservar con anticipación al 4371-5046, o bien, vía mail a “hola@tropezonrestaurant.com“.
El Tropezón
Avenida Callao 248