Tan rápido como se desvanece la historia de Instagram que captura ese momento, una cucharilla se zambulle en la taza de cafe y en unos pocos segundos comete el mayor atentado en contra del arte contemporáneo. Los baristas no se sorpreden. El ritual se repite todos los días: sus obras son elogiadas, fotografiadas, despedazadas y finalmente…ingeridas.
La técnica del “Arte Latte“, popularizada durante la década de los ochenta en la ciudad de Seattle, consiste en verter leche vaporizada sobre un shot de café espresso, con el objetivo de formar simpáticos diseños al interior de una taza. Para ello, un barista escrupuloso debe prestar principal atención a la temperatura, la textura y la cantidad de aire que se inyecta sobre la leche.
Café Delirante - San Carlos de Bariloche, Argentina
Catoti Café - Buenos Aires, Argentina
Matías Celentano, barista y propietario de la cafetería de especialidad Hábito Café, considera que para que la leche quede lo suficientemente cremosa debería llevarse a65° o 70°, como máximo, para evitar que se queme. “Por arriba de esta temperatura, la leche comienza una curva negativa en donde pierde algunas de sus propiedades y su sabor se torna amargo”, sostiene.
Café Miranda - Quilpé, Chile
Con tan solo percibir el ruido del vaporizador o simplemente palpando el jarrito con las manos, los baristas son capaces de advertir el punto exacto de la leche. “Si una leche se pasa, uno se da cuenta inmediatamente porque suena diferente”, asegura Susana Hewitt, barista al mando en The Shelter Coffee.
Así, con unos delicados movimientos de muñeca, el espresso se transforma en el lienzo sobre el cual se van trazando los diseños clásicos: corazones, rosettas, tulipanes o cisnes.
”Es inevitable quedarse mirando al cliente a ver si está haciendo mala cara o si está sonriendo al recibir su café”, reconoce Hewitt.
Por lo general, el bebedor desprevenido no disimula su sorpresa e inmediatamente desenfunda su smartphone para disparar los planos cenitales que luego compartirá a través de las redes sociales. Pese a la fugacidad de la obra (y a la de su registro también), el resultado siempre se lleva todos los aplausos.